sábado, 15 de noviembre de 2008

Engrane 3

Notando la expectante atención de su oficial y amigo de confianza, quién parecia poco interesado en la comida, Gunnar le preguntó:

- "¿Esperas a alguien, Pierre?"
- No, Capitán -contesto con cierta expetación Dulac- solo tengo un presentimiento.

Por la puerta irrumpieron con rapidez y eficacia un grupo de Alimañas. Sus capas negras les confudian en una obscura mancha viviente que en pocos segundos rodeo el perímetro interior del local. No hubo un solo navegante, soldado o rufian que se congelara ante la estridente presencia de los taciturnos seres. Una diferida sensación de deja vu virtió un escalofrío por lo largo de la espina dorsal de Gunnar. Si bien él, como cualquier ciudadano de este reino, sabía de la existencia de las Alimañas, la policía secreta de la Reina, jamás había puesto sus ojos encima de alguno de sus agentes. Para beneplácito de la Reina, las Alimañas funcionan como una historia de terror, un acojonante mito para espantar a las más incrédulas masas. Gunnar sabía que las Alimañas eran bastante reales; todavía recuerda la sensación de enojo y decepción cuando escucho en voz del propio Rey la idea de crear a los susodichos enjendros, "serviran como la guardia personal de mi mujer", se justificó.

-"¿A quién estaran buscando?" - se preguntaba Dulac a voz escondida.

Aunque las capuchas de los enjendros ni siquiera sugerian que estos tuvieran ojos, Gunnar comenzó a sentir el escozor de sus miradas. Al mejor juicio de su percepción, calculaba al menos una veintena de capas negras. Se alerto de que bajo la mesa, Dulac lentamente dirígia su mano derecha hacía la vaina de su espada. Gunnar penso en la vanalidad de entrar en combate con semejantes esbirros y más aun en amplia inferioridad numérica, luego, por unos segundos se sintió desorientado. Su nauseabunda vista comenzaba a buscar la del intepestuoso Primer Oficial, quién tenía fija la suya en la Alimaña que bloqueaba la puerta.

Cuando Gunnar notó que la escondida mano de Dulac cargaba un cañon de gas y no una espada, fue cuando se reconocio con los sentidos alterados: un chirrido salpicaba sus oídos entumeciendo su cerebro, mientras su vista le hizó el toque de Medusa, pues donde pusiera la vista, ya fueran sus subalternos al otro lado de la mesa, las prostitutas en la barra, los molestos abejorros o hasta las gotas de cerveza derramada del barril, todo, absolutamente todo, se congelaba. Salvó la mano de Dulac, la cual ya tenía martillada la pistola. Gunnar, con voz lenta y semirelajada, como si estuviera drogado, alcanzo a decirle a Dulac:

-"Pierre Dulac, mi buen amigo...¿te he dicho que tu nombre siempre me ha parecido una mierda?"

La mirada perpleja de Dulac, quién retraso jalar del gatillo cuando finalmente saco la pistola apuntando a su capitán, se difundió en una relampageante luz blanca. Un segundo después, notando la expectante atención de su oficial y amigo de confianza, Gunnar le preguntó:

- "¿Esperas a alguien, Edmond?"
- "No, Capitán -contestó con desfachatada algabaría Edmond Lassaile- de repente me da nostalgía por las putas que aun no me cojido."

Todos estos años como su Primer Oficial abordo, y Gunnar aun no se acostumbraba a la vulgaridad de Lassaile, quién comenzaba a comer su tibia comida a su estilo: del plato a la boca sin intermediarios. Gunnar se ha dicho en mil ocasiones que lo único que le impide tirar por la borda a soberano pordiosero es que le debe la vida mas veces de las que pueda contar; nadie pensaría que el asqueroso y grandísimo trasero del gordo Edmond fuera tan eficáz a la hora de navegar, en especial a sotavento. Gunnar no pudo evitarse una abierta sonrísa mientras daba salud a su oficial.

-"¡Por las putas que aun no nos hemos pillado!"
-"¡Por las putas, mi capitán!" -exclamo un sonrrojado Lassaile

Despues del largo y vivificante trago de fermento de langosta, Gunnar con todo optimismo anunció a su Primer Oficial:

-"Aun no vamos a casa, mi amigo. La Reina nos obliga a su presencia."

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